EL AMOR DESPUÉS DE MEDIODÍA (L,amour l,après midi, Eric Rohmer, 1972)


Para Frederick la vida es una rutina preestablecida que se identifica con
la armonía, ningún sobresalto, ninguna estridencia, ninguna sorpresa que
desestabilice los rituales diarios, el beso de despedida, contemplar a su
esposa desnuda, mirar a las mujeres por la calle sintiendo que, cuanto mayor se
hace, más guapas le parecen todas (o la mayoría, si son jóvenes). Leer y
refugiarse en una burbuja de confort burgués reivindicando que no necesita más
mujeres en su vida, que la libertad de pensamiento es esencial para que
funcione su matrimonio con Hélène, que la confianza es absoluta y no hay temor
a ser infiel o a sufrir la infidelidad. De casa al trabajo o del trabajo a
casa, una breve parada para almorzar en esa hora pesada, larga, igualmente
monótona y programada del mediodía. Este escudo mental, que juega como
justificación moral del personaje, se pone a prueba a diario para Frederick,
pero él no es consciente hasta que aparece, de manera sorpresiva, el personaje
de Chloe, la mujer libre de verdad, sin ataduras, de verdadera moralidad
intachable porque ni engaña ni esconde sus intenciones, que no son otras, desde
el principio, que seducir al hombre que conoció en el pasado, y demostrarle, no
como una apuesta, sino como una constatación, que sus convicciones no son tan
fuertes como creía, que cualquiera puede dejarse llevar por la tentación de un
cuerpo bonito con independencia de que en casa también te espere alguien que te
quiere igualmente deseable, porque la rutina se convierte en monotonía y falta
de atención, y lo de fuera alimenta deseos que hemos olvidado que tuvimos
tiempo atrás con quien compartimos el día a día.



Frederick demuestra esa doble moral cuando imagina un sueño, en posesión
de un talismán mágico imagina que cualquier mujer hará lo que él quiera con tan
solo pedírselo. Su posición exterior no corresponde con su verdadero
pensamiento, su monogamia es fruto de la convención social, ese contrato no escrito que juzga
moralmente a los individuos en función de los comportamientos de la mayoría. La
escena del sueño sirve a Rohmer para repasar sus cuentos morales precedentes,
junto al personaje de Frederick (Bernard Verley) desfilan las seis mujeres que
protagonizan sus anteriores películas; Haydee Politoff, de “La coleccionista”,
Francoise Fabian y Marie Christine Barrault de “Mi noche con Maud” y Aurora
Cornu, Laurence de Monaghan y Beatrice Romand de “La rodilla de Clara”,
personaje éste, que como en la aquella película, se muestra con la misma
claridad de ideas y fortaleza de pensamiento, siendo la única de todas que
rompe el sueño de Frederick al negarse a acompañarle. La escena del sueño es reveladora
para conocer al personaje, ha ido maquillando sus miradas y sus atenciones
hacia las mujeres con las que se cruza en el tren, o por las calles de París,
con un cierto velo de indiferencia que no es cierto, no es un mero observador
de la belleza femenina, sino que no se atreve a explorar el camino que la
mirada abre. Los paseos por París, su observatorio desde las terrazas de
mínimos veladores, nos introducen en la vida diaria de la ciudad, somos un
paseante más, un “flaneur” diletante que se conforma con el placer de mirar e
imaginar, pero el azar espera en forma de mujer que vuelve del pasado. El sueño
del talismás precede a esa reaparición, la entrada en escena de Chloe desbarata
las seguridades del burgués gentilhombre.


Como dice la letra del bolero “Corazón
loco”; “No te puedo comprender, corazón loco, no te puedo comprender, y ellas
tampoco. Yo no me puedo explicar, cómo las puedes amar tranquilamente, yo no
puedo comprender, cómo se pueden querer, dos mujeres a la vez, y no estar loco.
Merezco una explicación, porque es imposible seguir con las dos”; cuanto mayor
es la aproximación de Frederick y Chloe mayor es el distanciamiento emocional
de Frederick y Hélène, mayor es el fuera de campo en el que queda la esposa,
reducida progresivamente al papel de madre, relegado el de profesora por el
embarazo, cuanto mayor es la presencia de Chloe, personaje que aparece para
desestabilizar las convicciones monolíticas de Frederick sobre las relaciones
de pareja y la amistad entre hombre y mujer, menor es la importancia que el
hombre concede a su vida familiar, su vida se desdobla pero de manera
artificial, no hay “otra vida” posible, no hay dos mundos compatibles, no
existe alternancia posible entre una y otra mujer, no cabe hacer de la vida
compartimentos estancos a conveniencia. Las convicciones de Frederick son las
mismas que subyacen en la sociedad, porque cuanto más trata de aclarar que él y
Chloe no son pareja, mayor es la evidencia de que parecen serlo; como cuando
Chloe alquila una habitación y la casera se divierte con el equívoco y no se
cree la explicación, como cuando Frederick reconoce que no están haciendo nada
malo pero su mujer desconoce que queda con Chloe habitualmente……..una dualidad
de relaciones que desembocan en un incremento de los sentimientos entre ambos y
una contención de Frederick para
mantener la última excusa moral, no haberse acostado con Chloe en todo ese
tiempo para justificar que sigue manteniendo sus principios, aunque, como dice
en un momento determinado “no se si no sería más sano acostarse”, que es lo que
su cuerpo pide más allá del bloqueo mental de siglos de convencionalismos que
pesan sobre él y sobre el miedo que le generan las consecuencias.


Amar a dos mujeres, o amar a una pero desear a muchas, aunque una de
éstas se materialice en algo concreto. Confundirte como un paseante más
mientras su mirada se detiene en unos ojos, una silueta, unas piernas. Mantener
despierto el sueño como esos cuerpos desnudos de espaldas que, ocasionalmente,
aparecen en la vida de Frederick hasta que consigue mirar de frente al que más
desea mientras va retirando la toalla que lo cubre, ofreciendo al espectador aquello
que antes te conformabas con ver y ahora disfrutas en exclusiva lo que tu moral
te decía que tienes que rechazar; justo hasta ese momento anterior a que tu
jersey se quede atascado en tu cabeza frente a un espejo, y la imagen que te
devuelve te recuerde otra de hace muy poco tiempo. Un rostro encajado en el
cuello de la prenda que es el mismo con el que jugabas con tu hijo. El reflejo
que funciona como escudo moral que no quieres romper aunque termines engañando
a Chloe justo en el momento que ibas a culminar el engaño a Hélène, una postura
ridícula que incrementa tu ansiedad con otro miedo, el de que pierdas a Hélène
por un deseo sin futuro; por eso sales directamente hacia casa, pero antes la
avisas. No sea que esa inexistente duda sobre su fidelidad se quiebre por
encontrarte lo que no quieres, y por primera vez en toda la película, hablas de
sentimientos con tu esposa, y sois felices pero lloráis lo mismo que os deseáis,
porque los dos habéis advertido el problema que se cernía sobre vuestra
certidumbre, porque sin hablar ha habido miradas distraídas que han hecho
pensar que tu mente estaba en otro lugar, que han temido por el futuro de la
relación. La seguridad ha vencido a la aventura, la moral del burgués a la pretendida libertad revolucionaria, el
amor a la pasión, el sexo rabioso hará olvidar, momentáneamente, la frustración
de una experiencia no vivida pero que ha socavado los cimientos de tu seguridad
hipócrita.


L.AMOUR L,APRÉS MIDI de Pere Gimferrer
Ella me daba el aire entumecido
y las arras del viento del jardín
y las oscuridades sin sonido
y en sus nalgas de oro un polvorín
y yo viví como quien no ha vivido
y cuya vida pende de un jazmín
y por tu cuerpo el paraíso mido
y en la mano me estalla tu fortín
el fortín de tu sexo abanderado
por las escuderías del pasado
pero también por luz de dinamita
que precipita el cuenco del ocaso
en una oscuridad hecha de raso
y en tu desnudo al sol me precipita.
Título: El amor después del mediodía.
Título original: L'amour l'après-midi.
Dirección: Eric Rohmer.
Francia. 1972. 97 min. Intérpretes
:
Bernard
Verley, Françoise Verley, Zouzou,
Daniel
Ceccaldi.
Música original:
Arié Dzierlatka.
Director de
fotografía: Néstor Almendros.
Diseño
de producción: Nicole Rachline.
Guión:
Eric Rohmer.
Montador: Cécile
Decugis.
Producción: Barbet
Schroeder, Pierre Cottrell