Quien más quien menos guarda en
su memoria algún lugar donde el paso del tiempo ha mitificado la existencia,
convirtiendo el recuerdo en ese paraíso perdido al que a todos nos gustaría
volver, y en esencia, este reportaje-documental, que aparenta un psicodrama
familiar para reconciliarse y reencontrarse con ese espacio mítico, juega con
distintos niveles de información para, centrándonos en la historia personal de
la familia de Ceano Vivas, abrir horizontes y plantearnos el dilema de qué se
hizo mal en el Sáhara cuando era nuestra responsabilidad y lo que no se hizo cuando
dejó de serlo de manera directa.
El sentido de pérdida personal se
une al de pérdida territorial, más acentuado porque los protagonistas de la
historia, los principales, son militares, militares curtidos y de la vieja
escuela, los “africanistas” del ejército español, de la estirpe que sabía que
un destino en África era una forma de ascender en el escalafón y de vivir una
vida algo más dinámica que la de oficinista o la de la maniobra convencional en
terreno conocido. El Sáhara es un desierto, fue nuestro desierto y en vez de
dejarlo bajo la administración de sus nacionales, decidimos entregarlo a dos
países, abandonamos un país sin concederle la independencia, no es que no defendiéramos
lo que hasta entonces era nuestro sin razón, es que lo entregamos a quien no
tenía mejor derecho que nosotros.
El documental entra así en la
doble dimensión de familia e historia, a las imágenes del conocido formato súper
8 familiar, donde tantos fantasmas se guardan en multitud de domicilios, ya
trasvasados al video y después al dvd, congelando el paso del tiempo menos en
nuestra memoria, para atormentar el recuerdo de cómo éramos o de todos aquellos
que nos han ido dejando, se unen las
imágenes oficiales del momento, aquél convulso año 1975, aquel pulso ganador
lanzado por Marruecos a sabiendas de contar con el apoyo de las potencias
occidentales frente a una agonizante dictadura, la necesidad del amigo
americano de hacerse con un aliado estable en el Magreb unido a la codicia
francesa de introducir a sus multinacionales en la explotación de las numerosas
materias primas extraíbles del territorio. Una retirada que podría haber sido
realizada de manera más honorable para que el principal colectivo español
residente en la zona no se hubiera sentido manipulado, abandonado y humillado,
el militar, que desplegado como fuerza de combate (si es que tenía capacidad
para ello, algo más que discutible para un país pobre y atrasado en 1975, con
material militar procedente de los desechos y descartes americanos de la guerra
de Corea) recibió la orden de abandonar y regresar a la Península.
Entramos así en el recuerdo idealizado
por los protagonistas de sus años de estancia en el Sáhara, la camaradería militar,
su idealización del honor y la vida militar como si su estancia en la zona
fuera semejante a la gesta de Beau Geste, su relación con los naturales de la
región, el recuerdo de un trato amistoso y de iguales (me cuesta creerlo cuando
los soldados saharauis no llegaron a ser oficiales y también fueron
abandonados), la idea de que todo era milicia y, en el fondo, el ejército era
el amo y señor de la zona. Pero esa vida de rosa que se recuerda, fue
cuestionada por una serie de espinas que surgieron de improviso, la presión
marroquí, el acoso pesquero, la presencia del Frente Polisario, la inactividad
política aturdida por su falta de cultura democrática y de aliados
internacionales, la imposibilidad de plantearse una guerra con los graves
problemas de opinión pública y logística que generaría otra derrota más que
sumar a la historia en África, no deja de ser paradójico que aquellos súbditos
olvidados de una dictadura cruel añoren los tiempos del protectorado.
Como ejercicio de recuerdo
familiar es normal que falte algo de mala baba, necesaria a mi juicio cuando de
ausencia de libertades hablamos, pero eso sería mi película, no la que ha hecho
y escrito el director, que opta por el testimonio íntimo más que por el fresco
histórico, aunque la película cuente con ambas circunstancias en su argumento,
mezclando ambas dimensiones pero sin que lleguemos a saber realmente qué
pensaban o qué querían los saharauis del año 75, sabemos que los militares no
querían abandonar la zona y menos como lo hicieron, reciente en su memoria el
desastre, la falta de preparación, la carencia de medios y el silencio oficial
de Sidi Ifni, conocemos las intrigas del momento con un Franco moribundo, pero
hubiera sido una buena ocasión para pulsar la opinión de aquel momento del
gran olvidado, el pueblo saharaui. Como
el paso del tiempo ha demostrado, el Sahara ha pasado a la historia por lo que
quisieron marroquíes y españoles, no por la voluntad anulada de los habitantes
nacidos en la zona.
Notable película que alcanzaría
el sobresaliente para quien la comenta si a esa mala baba se hubieran añadido menos
guiños a la complicidad del espectador, o de un tipo concreto de espectador, no
desmerece al resultado final pero si lo lastra de alguna manera al aparentar
estar dirigido a un sector de público cuando la historia merece más recorrido y
más espectadores. En todo caso felicitar la apuesta, que alguien hable del
Sáhara en España con dinero y equipo español y sin propósitos “buenistas” de
ONG progresista es importante para enfrenarnos con nuestra historia presente,
ésa que ha negado la nacionalidad a los que fueron súbditos y tenían DNI
español para pasar a ser apátridas de si mismos.